jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Somos lo que llevamos?



Los enfrentamientos militares han existido a lo largo de la historia de la humanidad, y todo indica que van a seguir existiendo mientras el hombre esté en la tierra. Las causas que desencadenan una guerra son múltiples pero las expansiones territoriales y las ambiciones económicas - políticas son las principales.

La Primera y Segunda Guerra Mundial han dejado consecuencias terroríficas en lo material con ciudades enteras que han sido destruidas y en lo humano, lo más importante al fin y al cabo, con cifras que aun hoy no deja de sorprender. Más de 70 millones de víctimas son las que se cobraron los conflictos bélicos a lo largo y a lo ancho del planeta. Y para que no se vuelva a repetir semejante enfrentamiento armado, se creó tiempo después de sendas guerras la Organización de Naciones Unidas.

Sin embargo, no es mi intención analizar la guerra en su estado puro, sino a los soldados y las necesidades que muchas veces no se satisfacían tanto en Vietnam en el contexto de la Guerra Fría como en la Guerra de Malvinas.

La vida de las personas está compuesta por un presente efímero que inmediatamente se trasforma en pasado con el correr del tiempo. Ese presente tiene que ver con las ocupaciones y pensamientos que tiene un ser humano. Y he aquí a donde quiero llegar: Pero también la vida está conformada por las cosas que llevamos con nosotros, que nos identifican, que muchas veces son indispensables o al menos así lo pensamos. Lo mismo sucede en el campo de batalla.

En Vietnam los soldados norteamericanos llevaban cigarrillos, chicles, cantimploras con agua, cepillo de dientes, algunos llevaban drogas por necesidad, fotografías y cartas. También raciones de comida, aunque no tenían problemas con las provisiones, cada dos días llegaban helicópteros con cargamentos.

En la novela “Las cosas que llevaban los hombres que lucharon “escrita por el norteamericano y ex soldado Tim O´Brien, cuenta la experiencia de la compañía Alfa en Vietnam y contextualiza: “Llevaban todo el bagaje de emociones de los hombres que podían morir. Pena, terror, amor, añoranza: eran cosas intangibles, pero aun siendo intangibles tenían una masa y una gravedad especifica propias, tenían un peso tangible” (p.7:1990)

Casi todos llevaban fotografías. Y algunos cargaban con pesadas cartas en la mochila. Las cartas generalmente eran las que le enviaban sus esposas o novias o la misma familia, preocupados por ellos. Cuando escribían los soldados norteamericanos, generalmente mencionaban la cuestión religiosa. Aludiendo a que “Dios” los iba a ayudar o que gracias a Él no había atacado su posición todavía. La creencia estaba muy presente.

En Malvinas las cosas eran muy diferentes, por lo menos para los argentinos. Si bien nada tiene que ver con la Guerra Fría y Vietnam, en los batallones de Argentina las cosas escaseaban. Como relata Fogwill en “Los Pichiciegos” muchas veces les daban información a los ingleses a cambio de provisiones. Y tuvieron que combatir contra el gran enemigo: el frio.  Era imposible no quejarse de los dieciocho grados bajos cero que hacía por las noches, con la ropa adecuada y todo pasaban mucho frió.

Las cartas en Malvinas eran muy difíciles de recibir, no entraban ni salían, pero de alguna forma los argentinos se las rebuscaban. La mayoría iban dirigidas a sus familias, tratando de llevar tranquilidad y pocas veces contando lo que sucedía allí.

Además, los ingleses tenían armas muy superiores. Los fusiles que tenía el regimiento argento eran muy antiguos y la mayoría funcionaba mal y hasta a algunos no funcionaban.

No tengo dudas de que los jóvenes soldados argentinos fueron víctimas de la dictadura militar, de un gobierno desorganizado que mandó a la guerra a chicos sin preparación y con armas muy inferiores.


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