Los enfrentamientos
militares han existido a lo largo de la historia de la humanidad, y todo indica
que van a seguir existiendo mientras el hombre esté en la tierra. Las causas
que desencadenan una guerra son múltiples pero las expansiones territoriales y
las ambiciones económicas - políticas son las principales.
La Primera y Segunda
Guerra Mundial han dejado consecuencias terroríficas en lo material con
ciudades enteras que han sido destruidas y en lo humano, lo más importante al
fin y al cabo, con cifras que aun hoy no deja de sorprender. Más de 70 millones
de víctimas son las que se cobraron los conflictos bélicos a lo largo y a lo
ancho del planeta. Y para que no se vuelva a repetir semejante enfrentamiento
armado, se creó tiempo después de sendas guerras la Organización de Naciones
Unidas.
Sin embargo, no es mi
intención analizar la guerra en su estado puro, sino a los soldados y las
necesidades que muchas veces no se satisfacían tanto en Vietnam en el contexto
de la Guerra Fría como en la Guerra de Malvinas.
La vida de las
personas está compuesta por un presente efímero que inmediatamente se trasforma
en pasado con el correr del tiempo. Ese presente tiene que ver con las
ocupaciones y pensamientos que tiene un ser humano. Y he aquí a donde quiero
llegar: Pero también la vida está conformada por las cosas que llevamos con
nosotros, que nos identifican, que muchas veces son indispensables o al menos así
lo pensamos. Lo mismo sucede en el campo de batalla.
En Vietnam los
soldados norteamericanos llevaban cigarrillos, chicles, cantimploras con agua,
cepillo de dientes, algunos llevaban drogas por necesidad, fotografías y
cartas. También raciones de comida, aunque no tenían problemas con las
provisiones, cada dos días llegaban helicópteros con cargamentos.
En la novela “Las
cosas que llevaban los hombres que lucharon “escrita por el norteamericano y ex
soldado Tim O´Brien, cuenta la experiencia de la compañía Alfa en Vietnam y
contextualiza: “Llevaban todo el bagaje de emociones de los hombres que podían
morir. Pena, terror, amor, añoranza: eran cosas intangibles, pero aun siendo
intangibles tenían una masa y una gravedad especifica propias, tenían un peso
tangible” (p.7:1990)
Casi todos llevaban
fotografías. Y algunos cargaban con pesadas cartas en la mochila. Las cartas
generalmente eran las que le enviaban sus esposas o novias o la misma familia,
preocupados por ellos. Cuando escribían los soldados norteamericanos,
generalmente mencionaban la cuestión religiosa. Aludiendo a que “Dios” los iba
a ayudar o que gracias a Él no había atacado su posición todavía. La creencia
estaba muy presente.
En Malvinas las cosas
eran muy diferentes, por lo menos para los argentinos. Si bien nada tiene que
ver con la Guerra Fría y Vietnam, en los batallones de Argentina las cosas
escaseaban. Como relata Fogwill en “Los Pichiciegos” muchas veces les daban
información a los ingleses a cambio de provisiones. Y tuvieron que combatir
contra el gran enemigo: el frio. Era
imposible no quejarse de los dieciocho grados bajos cero que hacía por las
noches, con la ropa adecuada y todo pasaban mucho frió.
Las cartas en
Malvinas eran muy difíciles de recibir, no entraban ni salían, pero de alguna
forma los argentinos se las rebuscaban. La mayoría iban dirigidas a sus
familias, tratando de llevar tranquilidad y pocas veces contando lo que sucedía
allí.
Además, los ingleses
tenían armas muy superiores. Los fusiles que tenía el regimiento argento eran
muy antiguos y la mayoría funcionaba mal y hasta a algunos no funcionaban.
No tengo dudas de que
los jóvenes soldados argentinos fueron víctimas de la dictadura militar, de un
gobierno desorganizado que mandó a la guerra a chicos sin preparación y con
armas muy inferiores.
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