jueves, 28 de noviembre de 2013

Era amigo de Miguel



Respiré profundo y toqué la puerta. Había repasado lo que diría un montón de veces y sin embargo me parecían palabras vacías, inútiles ante tanto dolor.

De pronto la puerta se abrió y una señora, quien debía de ser Susana, me saludó.
Sra. Ramírez mi nombre es José Kraiselburd y soy, quiero decir fui, compañero de Miguel, su hijo.

Esas simples palabras le transformaron el rostro y pude ver cómo le afectaron. Tras esa inesperada presentación me invitaron a pasar al salón de la casa donde estaba sentado Rodolfo. Después de las presentaciones, que aunque no eran necesarias sirvieron para romper el hielo, la habitación se sumió en el más profundo silencio. Me senté y miré mis manos unidas en mi regazo y pensé en la gran cantidad de cosas que podría estar haciendo en ese momento de no estar aquí. Pero que egoísta era mi pensamiento, por lo menos yo podía estar haciendo algo, yo estaba vivo pero aun así me quejaba de un momento incomodo. Levante la vista y empecé a hablar con total normalidad.

-Quería hacer esto hace tiempo, pero demoré bastante en venir, tanto que pensé que no les haría bien que viniera.

- Miguel era un gran amigo. Era muy bueno redactando y quería ser escritor, aunque creo que eso ya lo sabían. En cambio yo, era pésimo y mi letra aun sigue siendo ilegible. Me acuerdo que me encargaba de buscar papel y lapicera y él escribía las cartas. Obviamente le decía que quería contarles a mis familiares y “Migue” le daba ese… color, por así decirlo.

-La cuestión es que dos días antes de que atacaran nuestra trinchera estaba escribiendo las cartas. Las hizo y me las dio para que las mandáramos a llevar. Las tenía todavía encima cuando me entere que lo habían herido. Cuando lo vi me di cuenta, se estaba muriendo, - al decirles esto no pude evitar llenar mis ojos de lágrimas- estaba tirado en el suelo frio y seguía pensando en los otros, en mí, en ustedes. Me hizo prometer que les daría la carta. Que les traería lo que escribió sin importar el tiempo que llevara.

Al decir esto saqué un sobre gastado del interior de la campera y lo miré, tantas veces lo había sacado para volverlo a guardar pensando que pronto lo entregaría a sus destinatarios. Extendí el sobre y se lo di a Rodolfo. En silencio lo tomó en sus manos y lentamente lo abrió. En su interior un pequeño papel amarillo se burlaba de semejante envoltorio. Rodolfo levantó la vista y dijo que le gustaría leerlo en voz alta si no me importaba, al negar con la cabeza comenzó la lectura.

Viejos:

Los voy a cansar con las cartas. Cada semana una nueva, y para colmo no son nada alegres. Sinceramente no sé bien a qué fecha estamos pero es junio, a mi me parecen cien años desde que me fui, ya no me importan los rumores que a veces viajan desde mis cartas hasta casa. Poco me importan los feos momentos que pasamos por acá, porque viejo ¡dentro de poco cumplís 50! Me hubiera gustado estar ahí con vos festejándolos, pero se me va a hacer imposible, tengo unos asuntitos que atender por acá.

Es increíble como todo acá parece irreal, es otro mundo totalmente diferente a lo que pensábamos. Todo nuestro empeño está puesto en sobrevivir, y en combatir apenas. 

Tenemos sueño, frío y comemos mal, muchos dejaron de creer que hubo problemas con la entrega de las provisiones, creen que no nos las mandan, y aunque todavía tengo fe, el clima que predomina acá es de angustia, miedo y enojo. Hay chicos muy jóvenes, incluso más que yo, y a veces los encuentro lagrimeando solos, seguramente pensando en sus familias y en alguna que otra novia. Los entiendo porque yo mismo me siento así, aunque por suerte tengo buenos compañeros, sobre todo un pilluelo llamado José. ¡Este sí que es un soldado! Cuando volvamos lo voy a llevar a casa para que lo conozcan. Me enseñó mucho de armas y algunos trucos que nos salvan en más de una ocasión, pero más que nada es un buen hombre y un buen amigo. Creo que es lo único bueno en medio de esta guerra, lo único por lo que valió la pena venir hasta acá.

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